domingo, junio 15, 2014

Mediterráneo, del Mito a la Razón

 
 Europa y el toro. Pompeya, 25-45 d.C Fresco. 
Museo Archeologico Nazionale di Napoli

En el siglo VI a. C., pensadores como Tales de Mileto, Anaximandro o Heráclito dejaron de creer en el universo como creación divina y atribuyeron su existencia a la acción de elementos primordiales: el agua, la tierra, el aire y el fuego. El mito ya no bastaba para explicar el origen y el sentido del cosmos. Los hombres se enfrentaban a un enigma que tenían que resolver por ellos mismos, sin intervenciones del más allá. De un Mediterráneo explicado a través de los viajes míticos de Ulises, Jasón y Hércules, se pasó a la ordenación del espacio humano, la urbanización del mundo, propia de las ciudades coloniales griegas.

Estatuilla del rapto de Europa, s. IV a.C
Allard Pierson  Museum

Las ciudades incorporaron el espacio público, que ya no pertenecía a los dioses sino en la comunidad: el ágora. Nuevos valores como la paz, la prosperidad o la justicia fueron divinizados y personificados en el ágora, el corazón de la urbe donde algunas escuelas filosóficas encontraron su lugar.

A partir de Platón, en el siglo IV a. C., el alma se convirtió en lo más valioso del ser humano, lo que perdura después de la muerte y tiene que ser preservado. Surgieron nuevos dioses más comprensivos con las miserias humanas.

Un nuevo arte que aspiraba a encontrar la eternidad en la mirada de los hombres. La vida interior se convirtió en algo tan enigmático como la misma estructura del cosmos.

Hércules Joven. 350-325 a.C. 
National Archaeological Museum of Athens

Hércules con la piel del león de Nemea, S. II d C 
Staatliche Kunstsammlungen, Dresde

Estatuilla de Ulises, fragmento de un grupo con  Polifemo, ca 150-180 d.C 
Musei Vaticani, Museo Chiaramonti

Ulises y sus hombres huyendo de la cueva de Polifemo,s.II-a.C
Rijksmuseum van Oudheden Leid

Crátera de volutas,  Jasón y el vellocino de oro
Atribuido al grupo Apullizzante, 340-330 a.C
Museo Archeologico Nazionale di Napoli


La Mitología. Los viages que fundan el Mediterraneo

Al principio de los tiempos, el cosmos era un enigma simbolizado por seres amenazantes contra los cuales era imposible luchar. El Mediterráneo estaba lleno de monstruos marinos y dioses furibundos que desencadenaban tormentas. El mar era un lugar de perdición; aun así, la invitación al viaje resultaba irresistible para muchos.

Los desplazamientos por mar eran más sencillos y seguros que por una tierra infestada de peligros todavía peores. Criaturas tan malignas como el toro de Maratón, el león de Nemea o el gigantesco jabalí de Erimanto recorrían las tierras ribereñas. «Los que nos encontramos entre las Columnas de Hércules y el río Fasis habitamos una pequeña porción de tierra y vivimos en el entorno del mar como hormigas o ranas en el entorno de una balsa», decía Platón.
 
A las orillas del mar, la vida era agradable. Aun así, era el control de las aguas, y no el de la tierra cultivada, el que indicaba el nivel de desarrollo de una cultura. El ser humano era civilizado en la medida que era capaz de domar los caballos que tiraban del carro de Poseidón, el dios de los mares. Igualmente, las ciudades como Atenas, doctas en artes navales, eran grandes y «virtuosas», tal como nos dice Sófocles en una de las tragedias sobre el desventurado Edipo.

La Academia de Platón. 110-80 a,C. 
Museo Archeologico Nazionale di Napoli


El Cosmos. Los Enigmas del mundo

En la Antigüedad, el cosmos era un enigma. Se creía que era el hogar donde vivían los dioses, las peripecias de los cuales eran narradas por los mitos, con los que se pretendía dar una explicación sobre el origen y el desarrollo del mundo habitado por los hombres.
 
La Esfinge fue enviada a los humanos por los dioses. Era un ser híbrido con seductor rostro femenino y cuerpo de león alado, con zarpas y una cola serpenteante. Sentada en lo alto ante las puertas de Tebas, planteaba un enigma al caminante, de forma que este solo podía encontrar la respuesta mediante la reflexión. Adivinar sus engañosas adivinanzas equivalía a enfrentarse sin miedo a los misterios del mundo y del ser humano a través del pensamiento.

 Esfinge capturando un guerrero, segunda mitad del s. I d.C, 
Museo Civico Archeologico di Bologna

Cabeza de Platón. 14 d.C- 37 d.C. Copia romana de un original griego del c. 340 a.C. 
Staatliche Antikensamlungen und Glyptothek Munich

Busto de Sócrates. Copia de un original del s. IV a.C. 
Museo Archeologico Nazionale di Napoli

«Hace falta pues examinar si todo esto que dices se tiene que hacer o no; porque yo, no de ahora, sino de siempre, tengo el principio de no obedecer a nada más que a aquella razón que, al haberla examinada, me parece mejor.»

Platón, Critón (46b).

Hacia el siglo VI a. C., en las costas jónicas y en la Magna Grecia la pregunta del hombre sobre el cosmos cambió: la cuestión ya no era «cómo aconteció», cosa que implicaba recurrir a explicaciones trascendentes sobre la creación, sino «qué lo constituía», cuáles eran los elementos y las raíces del mundo. Así pues, los héroes de esta nueva era fueron los filósofos y los historiadores, que profundizaron en el obscuridad que proyectaba la Esfinge narrando no sólo lo que veían, sino buscando las razones que explicaban los hechos e intentando resolver los enigmas del mundo.

Crátera Ática de campana con una escena de komos. 
Atribuida al Pintor de Kleophon. 440-430 a.C. 
Museum of Cycladic Art

Crátera de campana con Zeus delante de la ventana de Alcmea. 
Atribuida al Pintor Asteas. 360-330 aC. 
Musei Vaticani, Museo Gregoriano Etrusco

El espacio común. La ciudad dialogante

Después de largos siglos de monarquía y gobiernos oligárquicos, a partir del final del siglo VII a. C. se impuso en Atenas un régimen de tiranías amparadas por las clases populares, asqueadas de los abusos de la aristocracia y de los reyes-sacerdotes. A raíz de la fuerte crisis política y social que se produjo al final del siglo VI a. C., una serie de reformadores, desde Solón hasta Pericles, fueron haciendo cambios profundos que culminaron con la instauración de la democracia.

Sarcófago con relieves de Prometeo y Atenea creando al primer hombre. ca. 185 d.C 
Museo Nacional del Prado

La igualdad ante la ley, la equidad y la libertad de expresión fueron los principios fundamentales de la democracia ateniense. Los ciudadanos tenían derecho a proponer, decidir y votar sobre asuntos de legislación, economía, religión, política interior y exterior, guerra o paz. Gracias al sistema de sorteo, tenían la posibilidad de juzgar en los tribunales o de asumir un cargo en la administración de la ciudad.

 Estela de la Democracia, 337 a.C.
Agora Museum

Cabeza de estatua de Tique. s. II d.C. 
Archeologic Museum of Ancient Corinth

 Irene. s, I d.C, copia de un original en bronce del 375-370 a.C. 
Museo Territoriale della Sabina

 Crátera Ática de campana con una escena de komos. 
Atribuida al Pintor de Kleophon. 440-430 aC. 
Museum of Cycladic Art

Lécito Ático con una escena de preparativos fúnebres en el gineceo. 
Pintor de Atenas 1826. 460-450 a.C. 
National Archaeological Museum of Athens.
Plato Ático con escena femenina, Cuma, 490-480 a.C 
Museo Archeologico Nazionale de Napoli

El mayor esplendor de Atenas corresponde al periodo de democracia. El sistema sufrió altibajos y algún golpe de estado pero se mantuvo hasta que en el 322 a. C. Macedonia conquistó Grecia y el rey Filipo II restableció la monarquía. La democracia no volvería a aparecer en el mundo hasta la Revolución Francesa.

Eros y Psique. Segunda mitad del s. II d.C. Copia de un original helenístico tardío de finales de s. II a.C. 
Staatliche Kunstsammlungen Dresden


La persona. El misterio del alma

En la Grecia arcaica, el alma (psyché en griego) no era más que un ente espectral sin consistencia que chillaba como un murciélago cuando la muerte la privaba de su apoyo corporal, que se consideraba el verdadero yo del hombre. El espíritu no tenía ningún valor, puesto que después de la muerte era condenado a vivir en el inframundo.
 
La preocupación por el alma aparece entre los siglos VII y V a. C.. Ferécides de Siros, uno de los legendarios «Siete Sabios» y posible maestro de Pitágoras, fue el primer autor occidental que defendió la autonomía y la inmortalidad del alma.

Niño con paloma, s. III aC, Bronce
Archeological Museum of Ioannina

Torso de Eros. Finales del s. I a.C – I d.C. 
Staatliche Kunstsammlungen Dresden.

Eros, Lysippos, copia de un original griego del s.IV a.C
Musei Vaticani, Museo Chiaramonti

Para Sócrates, la preocupación por el conocimiento y por el cuidado del alma era absolutamente central. Hipócrates, el hombre que unió la filosofía y la medicina, formuló la pregunta más importante que podemos plantearnos: «Qué es el hombre?». Y Heráclito nos ofreció la expresión que la complementa: «He emprendido la investigación de mí mismo».


Retrato masculino. Primera mitad del s. I d.C. 
Museo Archeologico Nazionale di Napoli.

En el siglo I de nuestra era, Plutarco escribió que la virtud ética se encuentra en la excelencia de la conducta humana y nos recuerda que Pitágoras ya había descubierto que esta sólo era posible educando adecuadamente las diferentes partes del alma.

Friso de la cobertura de un sarcófago romano decorado con el episodio de Ulises y las sirenas. 230-250 d.C. 
Museo Nazionale Romano, Terme di Diocleziano.


El último viaje de Ulises

En el siglo V a. C., los relatos de Homero y Hesíodo sobre los excesos que los dioses cometían con los hombres se consideraban aceptables siempre que no se interpretaran literalmente, sino como alegorías de los envites del alma en su tráfico por la tierra. Episodios como los trabajos de Hércules o el castigo que Poseidón infligió a Ulises por haber derribado los muros de Troya y haber herido su hijo Polifemo, empezaron a leerse como imágenes eficaces de los retos a los cuales el alma estaba sometida en vida. Pródico de Ceos explicaba a principios del siglo IV a. C. como incluso el mismo Heracles, personificación de la fortaleza del espíritu humano, dudó en la hora de elegir entre avanzar por el camino de la virtud, un camino áspero y doloroso, o dejarse llevar por la senda tentadora del placer. Esta elección determinará la suerte de la humanidad. Habría que preguntarse sobre el acierto de su elección. Tanto las pruebas de Heracles como los viajes de Ulises tuvieron lugar en otra era, anterior al tiempo histórico. Aun así, a finales de la Antigüedad, se convirtieron en una metáfora de las incertidumbres del alma. El mito dejó de narrar las aventuras extraordinarias de seres sobrenaturales para habla de la vida interior y acercarse a las vivencias de cualquier ser humano. 

Ulises zarpa de nuevo!

Textos: Mediterrani, del Mite a la Raó


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Fa molt de temps que no em passo per deixar comentari però avui no puc passar de kkarg sensa deixar una felicitació especial. Amb aquesta lectura ben puc començar la setmana amb energia i vigor. Excellent com sempre.

Anónimo dijo...

Poca cosa es pot afegir, Javier. Cal anar-hi. És un viatge indispensable. Està comissariada pel Pedro Azara, que si no el coneixeu he de visitar el seu blog "Tocho T8" (http://tochoocho.blogspot.com), i Gregorio Luri, també un dels il·lustres de la xarxa, autor de "El Café de Ocata" (http://elcafedeocata.blogspot.com).

Sébastien Paul Lucien dijo...

Un encanto de nota ! todo me interso y fascino, soy un anticomaniaco !!